Tengo 61 años y nunca había vivido una cosa igual a lo que estamos viviendo.
Hay menos contaminación, el aire está más limpio, pero no podemos disfrutar de el porque tenemos que llevar mascarillas.
Las carreteras están más vacías, pero nos prohíben viajar.
Tenemos las manos más limpias que nunca, pero no nos podemos acariciar.
Tenemos tiempo libre para compartir con los amigos y no podemos disfrutar de su compañía.
El cocinero que llevamos dentro sale a cocinar, pero no podemos disfrutar de esas deliciosas comidas con nuestra familia y amigos.
Los que tienen dinero no pueden gastarlo y los que tienen menos dinero no tienen forma de ganarlo.
Estamos deseando que llegue el lunes para poder ir al trabajo y los fines de semana se hacen interminables.
Tenemos tiempo para soñar, pero no podemos cumplir nuestros sueños.
El culpable está por todos los lados, no se ve, pero está ahí.
Unos culpan a otros, y mientras tanto los que se van no pueden ser despedidos como se merecen.
Pero no tenemos que perder la esperanza, la fe.
Esto pasará, estoy segura, y podremos volver a disfrutar de la vida. Podremos volver a besarnos, abrazarnos, acariciarnos. Cuando esto pase, creo que habremos aprendido una lección; no dejar los besos y abrazos que podamos dar hoy para mañana.
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