viernes, 31 de octubre de 2025

A mi bola


Estoy gozando mi vejez a mi bola, con arte y sin pedir perdón, aunque el espejo cabrón se empeñe en devolverme una cara que parece sacada de un lunes resacoso. Pero bah, ¿qué sabrá el espejo de estilo? Estilo es andar por la vida con las arrugas bien puestas, con la piel marcada de historias y con la cabeza alta, como diciendo: “aquí sigo, joder”.

A estas alturas ya no ando pidiendo permiso ni dando explicaciones. Que me apetece dormir hasta las mil, pues duermo. Que quiero un café a las diez de la noche, me lo meto pa’ dentro, aunque luego me pase la madrugada dando vueltas en la cama como croqueta mal hecha. Yo ya no me disfrazo de nada, ni aparento lo que no soy. La vejez trae la mejor libertad: ser yo, con dos cojones (o mejor dicho, con dos ovarios).

De joven la vida me dio hostias como panes. Me tumbó, me revolcó, me dejó hecha polvo. Y yo, cabezota como soy, lloré, me cabreé, me recogí los pedazos y seguí pa’lante. Y ahora entiendo que aquello era como el gimnasio: entrenamiento puro pa’ llegar aquí, de pie, con la risa todavía viva y el descaro más grande que nunca.

Hoy agradezco lo simple: un techo que no se me cae encima, mi gente que no me suelta, y los amigos que me buscan aunque sea para rajar de la vecina, la muy valiente, que se embute en leggings fosforitos como si fuera influencer. Y, sobre todo, agradezco estar aquí, porque no todos tienen la suerte de llegar a esta edad con la lengua afilada y el corazón todavía dando guerra.

Sí, no lo niego: la vejez duele. La rodilla cruje más que la puerta del trastero, la espalda protesta por todo… pero me pongo un vestido rojo, me echo un vinito, suelto un par de carcajadas bien sonoras y digo: ¡sigo viva, hostia! Y mientras respire, la vida sigue siendo el mejor regalo.

Aquí estoy: vieja, testaruda, descarada y con estilo. Pintando mis días de alegría, aunque sea con cuatro crayones mordidos. Porque la moda más guapa a mi edad es la gratitud, y el lujo más grande… seguir jodiendo la marrana.







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