Hoy me he levantado y he decidido que no pienso tocar ni una escoba.
Ni trapo, ni fregona, ni nada que huela a lejía.
Porque sí, una también se cansa de ser la heroína de la casa, de ir salvando calcetines huérfanos y platos que se apilan como si fueran rascacielos.
Hoy la casa se queda como está: despeinada, pero contenta.
No pasa nada si la cama no se hace o los platos montan una huelga en el fregadero.
Porque hoy la que necesita orden soy yo… por dentro.
Así que me he hecho un café con calma, sin prisas ni relojes.
Me he puesto mi blusa favorita, esa que no pega con nada, pero me hace sentir divina, y hasta me he perfumado, aunque no venga nadie, porque me encanta olerme bien cuando decido mimarme un poco.
Hoy no pienso limpiar la casa, pienso limpiar mi alma.
Voy a cepillar mis pensamientos, a doblar mis emociones y a tirar culpas viejas que ya huelen a humedad.
Voy a ponerme bonita, no por vanidad, sino por cariño, por respeto, por ese amor que tanto le debía a mi reflejo.
Y si alguien me pregunta “¿qué has hecho hoy?”, le diré tan tranquila:
—Nada que se vea… pero mucho que se siente.
Porque hoy la limpieza es interna, el brillo sale del pecho y el adorno está en la sonrisa.
Y eso, cariño mío… no lo deja tan reluciente ni el mejor limpiador del mercado.
🐾 Y entre tanto mimo y calma, Coco y yo… a pasear, a comer, a ver la tele y a echarnos una siestecita.
Hoy toca quererse y descansar.
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