De la vida he aprendido que hay cosas que ya no pienso volver a hacer: no voy a insistir, no voy a suplicar, y desde luego… no voy a quedarme esperando a quien no sabe si venir o irse.
Porque cuando alguien te quiere de verdad, lo notas. Lo sientes. No hay que leer entre líneas ni tragarse excusas recicladas. El que te quiere, busca la forma, el momento, el modo… y si no puede, lo inventa. Así de sencillo. Así de claro.
Una persona honesta, con el corazón limpio y las ideas claras, no te hace dudar cada dos por tres.
No te dice “hoy sí” y “mañana ya veré”. No juega a las escondidas con tus emociones.
El que te quiere, se queda.
Y el que no… ¡a tomar por culo!
(Con cariño, pero que se vaya rápido, que aquí no estamos para desperdiciar ni un minuto más).
He aprendido que el amor propio no se negocia. Que no se trata de que te elijan, sino de elegirte tú cada día.
Y quererte tanto, pero tanto, que no te conformes con mitades, con silencios incómodos o con migajas mal dadas.
Porque merezco una vida llena de gente que sume, que abrace con la mirada, que no se asuste de mis días grises ni me apague cuando brillo.
Y esa, precisamente, es la gente que se queda cuando dejas de rogar por quien no tenía que estar.
Así que sí:
hay que aprender a quererse.
Y una vez que lo haces… todo cambia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario