Sí, señora, así como lo oyen.
La que llamaba primero, la que estaba siempre al pie del cañón, la que se tragaba cuentos chinos que ni en las telenovelas.
Y encima me dejaba la última en la cola… ¡como si no tuviera bastante con esperar en el súper!
Pero un día me dije:
"Amalia, deja de ser la buena tonta, que ni la Virgen de Lourdes aguanta tanto pedido".
Y ahí mismo me puse de prioridad.
¿Resultado?
Más de uno me tachó de mala.
Pues claro: cuando una deja de ser la alfombra, el que se limpiaba los pies se queda descalzo… ¡y de malas pulgas!
Desde entonces aprendí a decir no, a soltar, y a darles a cada uno el sitio que realmente me daban a mí (spoiler: casi ninguno).
Y oye, qué descanso. Como cuando barres el patio y por fin ves el suelo limpio.
Así que ahí les va mi receta de pueblo:
Quítense de encima la gente que no vale ni un vaso de agua fresca, pónganse ustedes en primer lugar… y si eso los convierte en “los malos del cuento”, pues mira, ¡mejor! Que a veces ser la mala es lo único que te salva la vida.
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