A veces la vida se resume en lo más chiquitito,
en un café bien caliente y en la lluvia dando su pasito.
No hacen falta lujos ni tesoros escondidos,
basta con sentirnos vivos pa’ estar agradecidos.
El aroma que se escapa, la taza que nos calienta,
la ventana que la lluvia con su soniquete revienta.
Son cosas de cada día, tan normales que no se notan,
y sin embargo son regalos que al corazón lo alborotan.
Porque la dicha no está en lo que soñamos de lejos,
sino en abrir bien los ojos y ver los presentes reflejos.
Un abrazo, una risa, un silencio compartido,
eso es lo que vale oro, aunque lo hayamos tenido.
Y al final, si uno aprende a mirar con calma y sencillez,
descubre que la felicidad no es un misterio,
es un “gracias” profundo por lo que ya tienes,
aquí, ahora… en tu propio universo diario.
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