Después de nueve noches junto al mar, hoy tocaba volver a casa.
El día ha amanecido precioso, como casi todos estos días. Coco y yo hemos salido temprano a dar nuestro paseíto por la playa, para que él hiciera su cosita, claro. Luego, al hotel, a desayunar.
Coco, como un señor, se ha comido su lonchita de pechuga de pavo y su quesito. Y yo, hoy, sin bocadillo, no me apetecía, me he conformado con una tostada con mantequilla y mermelada.
Después del desayuno, hemos subido a la habitación a terminar la maleta. Todo guardadito, bien colocado. Hemos bajado a recepción: la maleta, la bolsa de Coco con su camita, su pienso, su botellita de agua y unos empapadores que llevaba “por si acaso”. Pero se ha portado como un campeón: ni una noche de pipí. Y eso que ya es un señor perrito mayor.
Dejamos las maletas en consigna y nos fuimos a dar un último paseo por el paseo marítimo antes de comer. Almuerzo ligero: una ensaladita, un pescadito a la plancha y un postre, que una ya no está para empachos.
Después, a esperar en la terraza del hotel a que vinieran a buscarnos. Yo, un cortadito descafeinado, que si no, no pego ojo, y ya que tardaban un poco… pues un heladito también, ¡que estamos de vacaciones hasta el final!
Cuando por fin llegaron, recogimos las maletas, el equipaje de Coco y nos subimos al coche.
Y hace un ratito, aquí estamos: en casa.
Han sido diez días maravillosos, nueve noches que se me han pasado volando. El tiempo nos ha acompañado (salvo un par de noches de lluvia) de día ha hecho un sol divino. Yo vengo hasta morenita.
Hemos disfrutado muchísimo, pero esta noche ya toca sofá, tranquilidad, y Coco acurrucado a mi lado.
Mañana tocará poner lavadoras, pero hoy, hoy solo puedo decir: qué gusto da volver a casa.
Gracias a Dios por tanta felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario