El día ha amanecido precioso, con esa humedad que solo el mar sabe regalar. Claro, estamos tan cerca que el aire mismo parece tener sal. Ayer llovió, y esta mañana todo estaba empapado de frescura. Pero nada ha impedido que Coco y yo saliéramos a nuestro paseo habitual por la playa. Él, feliz, haciendo sus cositas y oliendo cada rincón.
Después hemos vuelto al hotel, donde nos esperaba el desayuno junto a los amigos que han venido a pasar unos días con nosotros. Coco, encantado, ha disfrutado de su ración de jamón dulce, mientras yo saboreaba mi bocadillito, el zumo, y después un café con leche con un pequeño cruasán. Todo sabía mejor al aire libre, en la terraza, con la brisa del mar acariciándonos.
Luego mis amigos han subido a por las maletas. Hoy regresaban a casa, así que los hemos acompañado hasta el coche, los hemos despedido con un abrazo y un “hasta pronto”, porque dentro de unos días volveremos a vernos en el pueblo.
Coco y yo nos hemos quedado otra vez solitos. Hacía un calor inesperado para ser otoño, casi de verano. Hemos paseado tranquilos, saludando a gente conocida, y luego hemos comido ligero: una ensalada y un pescaíto a la plancha.
Por la tarde, otro paseo por el paseo marítimo, que estaba de ensueño. Después, ya en la habitación, Coco se ha tumbado en su camita y se ha quedado dormido enseguida. Me ha dado envidia, así que he puesto la tele… y también me he dormido. Él me contagia sus siestas.
Al despertar, el cambio de temperatura fue repentino. Salí al balcón y el calor había desaparecido. En apenas media hora, el tiempo se volvió frío. Así que cojo una cazadora y nos vamos porque hemos quedado para cenar con unos amigos en un chiringuito sobre la arena.
Cenamos de maravilla. Yo una tosta de escalivada con atún y una clarita. Después, un paseo corto por el paseo marítimo, ya con el aire fresco del mar rozándonos la cara. La humedad volvía a notarse, y el frío se colaba despacito.
De regreso al hotel, estuvimos un ratito en la terraza antes de subir a la habitación. Coco cenó su comidita y, en un rato, bajaremos hasta la esquina, solo hasta ahí, porque de noche me da respeto la playa vacía y oscura. Está todo tan silencioso… que hasta las olas parecen susurrar bajito.
Luego, vuelta a la habitación, un poco de tele, y a dormir. Llevamos días caminando mucho, y se nota. Coco cae rendido, pero feliz. Y yo también. Porque aunque los días pasen rápido, aún nos quedan algunos días por vivir aquí, junto al mar, en este rincón tan bonito donde el alma se siente ligera.
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