Hoy ha sido uno de esos días que empiezan normal… y acaban siendo una pequeña fiesta del alma.
Me levanté tranquila, desayuné, me duché, Coco supervisando, como siempre, y salimos a dar nuestro paseíto de la mañana. Hacía un día precioso, de esos en los que el sol ya te guiña un ojo y te dice: “Amalia, hoy toca disfrutar”.
Después de que Coco hiciera sus cositas, pasé a buscar a una amiga. Las dos, con Coco trotando feliz, nos fuimos a casa de otra amiga donde teníamos plan de barbacoa. Y ahí empezó el show.
Encender la barbacoa ha sido un espectáculo digno de televisión: sopla tú, soplo yo, ¡ay que se apaga!, ¡ay que se enciende!, risas por aquí, risas por allá… Hasta que por fin prendió, porque la barbacoa hoy tenía ganas de fiesta igual que nosotras.
Empezamos con unas alcachofas a la brasa, y después llegaron los protagonistas del día: los calçots. Calçots como Dios manda, con llama viva, esas llamas que te dejan las manos negras y la cara con pintitas, pero que te hacen comerlos cerrando los ojos de lo buenos que están. Yo hoy me he comido por lo menos veinte. Y cada uno mojado en su salsita romesco, que estaba tan rica que hasta hemos mojado pan. Como debe ser.
Mientras cocinábamos, la casa se fue llenando de gente, y también de alegría. Llegaron las cervecitas, las olivas, las gildas, un vermut rico… y luego el vino. Qué bueno estaba el vino de aquí, de Cataluña. Entraba solo. Y claro, con tanto vinito y tanta risa, al final estábamos todos un poquito alegritos. Pero de esos alegritos sanos, de esos que te dejan la carcajada fácil y el corazón blandito.
De plato fuerte, butifarras y costillitas. De postre, un tiramisú espectacular. Y para rematar, cómo no: un mojito. Porque si no hay mojito al final, no es un día perfecto.
Hoy hemos reído como hacía tiempo que no reíamos. Risas de esas que te dejan los abdominales entrenados, la cara colorada y el alma nueva. Risas que curan, que limpian, que abrazan.
Cuando ya se nos fue pasando la alegría del vino, recogimos entre todos para dejarle la casa limpita a mi amiga. Y yo me fui a pasear a Coco, porque cuando subo a casa de noche ya no salgo más.
Hacía fresquito, ya era de noche, y mientras caminaba de vuelta sentí una cosa muy sencilla pero muy grande: gratitud.
Gratitud por el sol, por mis amigas, por Coco, por la risa, por la comida, por la vida.
Gratitud por un día tan bonito que no se compra, se vive.
Ahora me voy a duchar para quitarme el olor a fuego, a ponerme el pijama y a relajarme. Pero hoy me voy a dormir con el corazón lleno.
Porque hoy, hoy fui feliz.
Y eso es lo que cuenta.

No hay comentarios:
Publicar un comentario