sábado, 20 de diciembre de 2025

Cuando llueve, se improvisa y se celebra



Hoy Coco y yo nos hemos levantado con el sonido de la lluvia. De esos días en los que miras por la ventana y ya sabes que los planes van a tener personalidad propia.
La idea inicial era preciosa: una fideuá en una terraza, con carbón, con su humito, su calma y su ritual. Todo estaba comprado, el pescado, el vino, el postre,  y la ilusión también. Pero la lluvia decidió opinar. Y cuando la lluvia opina… hay que escucharla.
Así que los planes cambiaron, pero no se estropearon. Al contrario. Cogimos todo y nos fuimos a casa de una amiga. La fideuá no pudo ser ni con carbón ni con leña; tuvo que ser a fuego normal. Pero ya sabéis: lo importante no siempre es el fuego, sino la compañía.
Y vaya si la hubo.
Hubo risas de las que te recolocan el alma. Hubo un vermut estupendo, de esos que saben a “qué bien estamos aquí”. Coco, como siempre, venía preparado: su comidita húmeda, que yo siempre le preparo cuando salimos fuera. Él feliz. Yo más.
La fideuá salió riquísima, con su alioli como manda la tradición. Luego llegaron los turrones y los polvorones, porque estamos en Navidad y porque la vida también es eso: no ponerse exquisito con la felicidad. Vino blanco, vino tinto… y mis trufas de tiramisú, que volaron. Estaban muy, muy buenas (y no es porque las haya hecho yo… bueno, un poco sí).
Y para rematar, como siempre, un mojito. Porque hay finales que no se negocian.
Ha sido un día fabuloso. De esos que no estaban previstos tal y como ocurrieron, pero que se quedan contigo. Rodeada de gente que no es familia de sangre, pero sí de corazón. Coco y yo lo hemos pasado estupendamente.
Moraleja del día:
cuando llueve, no se cancela la alegría… se cambia de sitio.




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