A veces se nos olvida, pero tenemos que parar un momentito y darnos cuenta de lo afortunadas que somos por haber llegado hasta aquí. A esta edad en la que las tonterías ya no nos pesan, las verdades brillan más y el corazón va por delante. Hemos perdido cosas, sí… pero también hemos ganado lujos que no se pagan ni con todo el oro del mundo.
- El primero, para mí, es la salud.
Ese es mi gran tesoro. Cuando somos jóvenes ni la miramos, damos todo por hecho… y luego la vida nos enseña que sin salud no hay nada. Aunque alguna pieza haga ruido, aunque el cuerpo ya no vaya tan deprisa, la salud que tenemos, la que queda, la que se mantiene, es un lujo que agradezco cada mañana. Porque sigo aquí, respirando, caminando, disfrutando el día pasito a pasito. Y eso es vida.
- El segundo lujo es el amor.
El de la familia, el de los amigos, el de la gente buena que la vida nos puso en el camino. A veces se nos olvida lo importante que es un abrazo, una llamada, una risa compartida. Ese cariño que sostiene, que acompaña, que levanta. Ese sí que es un tesoro… porque quien tiene amor, tiene hogar aunque viva sola.
Vivir en paz, dormir tranquila, cerrar los ojos sabiendo que no le has hecho daño a nadie. Eso no tiene precio. La paz que da una conciencia limpia, la paz de haber hecho las cosas con el corazón, la paz de saber que lo que no depende de ti… lo sueltas. Esa calma vale más que cualquier cosa.
- Y el cuarto lujo es la sabiduría.
La de saber comportarse, la de saber estar, la de valorar lo bueno… y también lo no tan bueno, porque de ahí vienen las lecciones más grandes. La sabiduría de entender que todo llega y todo pasa, y que cada caída te enseña, cada error te pule, cada momento te hace más fuerte y más bonita por dentro.
Así que hoy, abrázate fuerte.
Porque llegar hasta aquí es un privilegio…
y vivirlo con gratitud, con cariño, con humor y con alegría, es el lujo más grande de todos.
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