Hay un momento, no sabes ni cuándo llega, en el que te das cuenta de una verdad que antes te daba igual: ya no te quedan tantos años como pensabas.
Así, sin drama. Simplemente lo ves.
Un día te dices: “Bueno, aún tengo tiempo”…
y al siguiente te cae la ficha de que cada día que pasa es uno menos en la cuenta.
Y lejos de asustarte, te despierta. Te pone las pilas. Te afina la mirada.
Porque entonces entiendes algo que antes no valorabas: que lo importante no es cuánto tiempo queda, sino cómo lo vas a vivir a partir de ahora.
Y ahí cambia todo.
Porque ya no estás para desperdiciar otoños.
Ni para dejar inviernos enteros en pausa.
Ni para pasar por la vida como si fuese un trámite.
Ahora toca saborearlo todo, incluso lo que antes ni mirabas dos veces.
Es otoño: pues a vivirlo.
A sacarle el jugo a los días fríos,
a las tardes que huelen a café caliente,
a las caminatas con chaqueta y manos en los bolsillos, a las conversaciones que se alargan sin prisa.
A reír más fuerte, a hablar más claro, a decir que sí a lo que apetece y que no a lo que no suma.
Porque puede que no nos queden tantos años como antes, pero lo que sí nos queda, y esto es oro puro, es la libertad de vivirlos como queremos.
Sin tonterías, sin miedos, sin perder tiempo con lo que no importa.
Y ahí está el verdadero lujo de esta etapa:
ahora sabes lo que vale un instante.
Sabes lo rápido que pasa un otoño,
lo fugaz que es un abrazo, lo especial que es una risa que te dobla el cuerpo.
Y precisamente por eso, lo que viene puede ser increíble.
No por la cantidad, sino por la calidad.
Por las ganas.
Por la consciencia.
Por ese brillo nuevo que te entra cuando decides empezar a vivir de verdad.
Así que sí: a partir de ahora, toca apurar la vida.
Toca exprimir cada estación como si fuera la última.
Toca estar presente, despierta, decidida.
Toca disfrutar este instante, porque, aunque suene rotundo, es lo único que tenemos garantizado: el ahora.
Y oye… qué gustazo vivirlo con todas las ganas.

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