Hoy, después de dos días de frío de esos que te dejan el cuerpo encogido, por fin salió el sol. Y claro, Coco y yo no hemos tardado ni un minuto en aprovecharlo. Nos hemos ido a nuestro bar de siempre, ese tan precioso, con su terracita perfecta donde el sol nos daba un poquito de calorcito.
Los primeros en llegar, como dos señores: Coco y yo.
Nos hemos sentado tranquilitos, disfrutando del solito, y poco a poco han ido llegando amigas y amigos, hasta formarse un grupito tan bonito, sin planearlo, simplemente porque la vida nos regala gente buena… aunque sí, habíamos quedado todos por WhatsApp a las 11, pero aun así salió natural y precioso.
Cada uno ha pedido lo que le ha dado la gana: que si café con leche, que si un bocadillito de queso, que si una Coca-Cola… lo típico de una mañana muy nuestra. Yo, como siempre, mi café con leche. Y mira tú por dónde, hoy estaba Antonia, una amiga mía que sabe leer los posos de café.
Hace tiempo que no se lo pedía, pero hoy me ha dado por decirle:
—Venga, Antonia, léeme los posos de café.
Y ahí ha empezado la risa.
Porque yo no es que crea mucho en esas cosas, pero hija… hoy me lo he querido creer todo. Me ha dicho que me viene dinero (¡mira qué bien!), que hay varios hombres alrededor mío, y que si no estoy con ninguno es porque no me da la gana, que se ve un viaje largo en mi camino (y yo ya pensando en México, a ver a mí Borjita), y que en general me ve una vida en movimiento, bonita, llena de cosas buenas.
Y yo, ¿qué quieres que te diga?
Hoy me lo he tomado en serio.
Me ha alegrado el día, y yo, que estoy en modo positivo, pues mira: que venga lo bueno. Que venga el dinerito, que venga el viaje, que venga la alegría.
¡Ya está bien de tanto frío! Hoy el sol ha salido para Coco y para mí.
Y ha salido para recordarme que hay días simples, normales, que se convierten en preciosos cuando tienes al lado a la gente adecuada… y cuando te dejas creer en las cosas que te hacen sonreír.

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