Lo que más me gusta del otoño es cuando empieza a dejarse notar.
Cuando las tardes se van acortando y toca sacar la chaqueta de entre los trastos del armario.
Cuando el suelo se llena de hojas y el aire huele a tierra mojada, y el café de la tarde vuelve a tener sentido.
El otoño tiene algo de descanso, como si el año dijera: “hale, baja el ritmo, que ya está bien de correr.”
Y yo le hago caso.
Ahora los paseos con Coco son más cortitos, salimos más temprano porque se hace de noche antes, pero los disfrutamos igual, oliendo el aire fresco y pisando las hojas que crujen como si cantaran.
A veces nos sentamos en un banco a mirar cómo cae el sol, y pienso que la felicidad también está ahí, en ese ratito tranquilo, con mi caniche blanco a mi lado y sin necesidad de hacer grandes planes.
El otoño no trae promesas locas, trae calma.
Y a mí, a estas alturas, eso me sienta de maravilla.

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