Hoy, entre mocos, tos, mantita, y lluvia llevamos tres días con lluvia. Me dio por ordenar la vida.
Como estoy resfriada y apenas salgo, solo lo justito para que mi Coco de su paseito y haga sus cositas, pues tengo más tiempo para estar en casa. Y ya sabes: una, aburrida, mira para un cajón… y de repente está metida en una misión arqueológica.
Me puse a abrir cajones que ni recordaba, a romper papeles que llevaban años durmiendo ahí, a sacar tickets antiguos, garantías de cosas que ya ni existen, tarjetas de personas que hace siglos no forman parte de mi historia. Cosas que un día guardé como si fueran tesoros… y hoy simplemente dije: “¿y esto para qué lo quiero yo?”
Y mientras llenaba la bolsa de basura, me di cuenta de algo: por dentro hacemos lo mismo. Guardamos emociones viejas, ya caducadas. Rencores, culpas, miedos… historias que pesan más que un catarro mal llevado. Cosas que ocupan espacio, dentro y fuera.
Así que hoy no solo limpié cajones: también me limpié el alma.
Dejé ir lo que ya no me sirve, lo que estorba, lo que pesa.
Y abrí espacio para lo que sí quiero en mi vida: calma, amor, paciencia, compasión y perdón.
Y cuando hay orden afuera y adentro, aparece esa sensación de aire nuevo, de espacio libre, de “hala, ahora sí cabe lo bonito”. Y ahí eliges qué se queda: amistades que te abrazan aunque estés moqueando, vínculos que suman, momentos que curan.
Y también dejo, como siempre, un huequito libre en mi corazón.
Un rincón por si algún día alguien necesita un abrazo, una escucha o una palabra que alivie. Ese espacio dice mucho de quiénes somos y de cómo amamos.
Hoy ha sido un día de limpiar cajones…
pero sobre todo, de ordenar el alma.
Que cuando dentro hay orden, entra en la vida cosas bonita sin pedir permiso.

No hay comentarios:
Publicar un comentario