Amigas, yo os digo una cosa: no son los años los que nos cambian, ¡qué va! Si por años fuera, yo ya estaría como una enciclopedia andante. Pero no, lo que de verdad te cambia son los porrazos que te da la vida.
Que si un beso de pega, de esos que ni tu tía la del pueblo en las fiestas; un abrazo de Judas que te deja tiesa; la mano que nunca llega justo cuando más falta te hace… ¡Anda que no sabemos de eso!
Y luego están las medias verdades, que son más largas que una mala siesta, los sueños que se desinflan como un globo pinchado, las amistades que se pierden como calcetines en la lavadora, y esos amores de dos días que mejor ni contarlos…
Y qué decir de las palabras que te sueltan, que duelen más que un pellizco en el brazo, o los silencios cobardes, que a veces pesan más que un sermón de domingo. Total, que vamos guardando decepciones como quien guarda bolsas del súper: una por aquí, otra por allá, y al final no cabe ya en la despensa.
El tiempo, al fin y al cabo, no te cambia nada, lo que hace es poner a cada cual en su sitio… ¡como en la verbena cuando cada uno acaba en su silla!
La que de verdad nos cambia es la vida, que te da lecciones a base de coscorrones.
Así que ya sabéis: más vale abrir los ojos una vez, aunque escueza, que pasarse toda la vida a ciegas… ¡que para eso ya está la linterna del móvil cuando se te va la luz!
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