Amiga, te confieso algo. Ha habido momentos en mi vida en los que me sentí desbordada por la rabia, porque la vida me arrancó cosas y personas cuando yo no estaba lista para soltarlas. Sentí impotencia, sentí que me rompía por dentro, como si me hubieran arrebatado una parte de mí sin preguntar. También viví despedidas que me dejaron sin aliento, que me rompieron el corazón de golpe, sin aviso, y que todavía me duelen cuando las recuerdo.
Y no te niego que más de una vez me vi obligada a cambiar el rumbo, a tomar otro camino aunque no lo quisiera, porque el destino se empeñó en no darme lo que yo esperaba. Eso cuesta aceptarlo, porque una piensa que la vida debería cumplir con su parte, ¿verdad? Pero la verdad es que no siempre lo hace.
Con el tiempo he comprendido que, cuando algo te rompe por dentro, tienes dos opciones: quedarte atrapada en el dolor y el enfado, o respirar hondo, soltar un poco, y aceptar que la vida sigue aunque nos duela. He aprendido que la gente cambia de dirección, que nada ni nadie es eterno, y que tarde o temprano tenemos que hacer las paces con eso.
No te voy a mentir diciendo que todo sucede por una razón. No siempre la hay. A veces la vida golpea sin sentido y sin justicia. Pero lo que sí creo es que, mientras sigamos aquí, siempre habrá algo nuevo esperándonos. Vendrán momentos inesperados, personas buenas, instantes hermosos que, poco a poco, volverán a sanar el corazón.
Y por eso sigo de pie. Porque sé que lo que me queda por vivir también guarda tesoros que aún no he descubierto.
Sigo de pie porque aún me queda vida y ganas de vivirla.
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