Hoy he tenido una sorpresa que todavía me tiene con el corazón calentito.
Una amiga, una de esas que la vida te manda como regalito inesperado, me ha hecho un centro de mesa para Navidad. Pero no uno cualquiera… no, no. Un centro precioso, hecho con un cariño tan grande que casi se puede tocar.
Cuando me lo enseñó en su casa yo ya dije que me encantaba, porque era verdad.
Pero lo fuerte ha sido al llegar a casa, ponerlo en mi mesa y mirarlo bien, con calma.
Ahí se me han saltado las lágrimas.
Lágrimas de emoción, de sorpresa, de sentirme querida… de esas que salen cuando alguien te demuestra amor sin esperar nada a cambio.
Ella y su marido son dos personas de una bondad enorme.
Quieren a Coco con locura, y Coco a ellos, ni te cuento, y creo que a mí me quieren también un poquito.
Y eso, para alguien que muchas veces se siente sola, vale más que mil regalos.
Mi amiga tiene unas manos… cómo te lo explico.
Tiene manos de artista y gusto de ángel.
Hace las cosas con un toque especial, delicado, lleno de luz.
Y este centro de mesa es exactamente eso: luz, amor y Navidad.
Hoy me siento agradecida.
De esas veces en que la vida te dice al oído: “ves, Amalia, también hay gente buena que te quiere”.

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